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Opinión: Por la fuerza de la razón

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Por José Miguel de Pujadas Guzmán
Periodista

Chile es un país sísmico. Cada cierto tiempo, la tensión que se va acumulando termina reventando en violentos terremotos. Hace pocos tuvimos uno, con epicentro en la zona central y que se sintió en casi todo el territorio nacional, con réplicas que duran hasta hoy. Un estallido producto de energías contenidas en la tectónica social, producto de la fricción permanente entre una placa que avanza en la búsqueda de hacer cambiar muchas cosas y otra, que se opone rígidamente a que esas cosas cambien. Y lo que es peor, sin aflojar la tapa de la olla a presión ni bajarle elgas al fuego.Al contrario.

La gota que rebasó el vaso, la chispa que desató el incendio, fue el alza en la tarifa del Metro. De ahí en adelante, esta bola de nieve que ya venía tomando fuerza de manera sigilosa, subterránea durante años, terminó por desbocarse. Porque esto no fue por 30 pesos, fue por 30 años. El resultado era previsible para muchos y muchas, menos para quienes, ciegos en su miopía ideológica, abstraídos e inmersos en su cómoda burbuja, insistían en negar las evidencias, los síntomas. Aquellos y aquellas a quienes no les interesa demasiado lo que pasa más allá de los límites de las comunas donde viven y habitualmente se mueven, creyendo que la realidad del país se circunscribe a la estrechez de ese perímetro. Límites, muros, dentro de los cuales habita la realidad distinta de un país distinto, de un Chile pequeño, aislado del resto de un mundo que ha sido segregado socialmente, ajeno, distante, invisible. 

“Ojo que la gente está cansada, aburrida de tanto abuso, esto puede terminar mal”, decía uno. “No creo, acá puede que haya problemas pero en otros lados es peor”, respondía otro, más preocupado de lo que sucedía en esos otros lados que de ver lo que estaba ocurriendo aquí, en sus narices. Y entonces nos preguntábamos qué mierda pasaba con algunas personas, que a pesar de toda la corrupción destapada desde el Caso Penta en adelante, de toda la evidencia disponible respecto del saqueo a su seguridad social por parte de la estafa legal que son las AFP, de sus derechos vulnerados en Salud y un largo etcétera, seguía aceptando, aguantando sin reaccionar, pasmada en una indiferencia que resultaba desalentadora. Personas que, a pesar de haber sido cagadas por la colusión del Confort o las farmacias, seguía comprándole a los mismos que les habían robado, al mismo tiempo que despotricaba contra la otra delincuencia, la de los portonazos. Que a pesar de las burdas mentiras del gobierno en el caso Catrillanca, seguían -y siguen- creyéndole a los que le han mentido a todo Chile. Personas que, a pesar de saber que los que reclaman tienen razón, prefieren bajar la cabeza, mirar para otro lado, cambiar la conversación y hasta criticar la legítima protesta social, porque “altera el orden”. Un orden que, a pesar de todas sus inequidades y abusos, no quieren que cambie, manteniendo entonces -paradojalmente- las condiciones estructurales que generan inequidad social y, con ello, el tipo de delincuencia que les preocupa. 

“No es la forma”, dicen algunos ante los destrozos ocasionados, los saqueos, los incendios. ¿En serio? Lamentablemente, los hechos parecen indicar lo contrario. Ante la intensidad que alcanzó la reacción social, el gobierno contempló acciones inmediatas para tratar de frenar la situación, como el congelamiento del alza en la tarifa del Metro. Medida absolutamente insuficiente para dar respuesta a un problema mucho mayor, pero que demuestra que la acción de protesta tuvo efecto inmediato. Igualmente, comenzaron las conversaciones por el tema de las 40 horas, la rebaja en la dieta parlamentaria y más. Entonces, cabe preguntarse: ¿por qué quienes sostienen que la protesta violenta no es la forma para resolver conflictos, no dejan otra opción, otra forma? ¿Por qué los que discursean hablando de diálogo nunca escucharon ni tomaron en cuenta el multitudinario clamor ciudadano cuando se expresó tantas veces de manera pacífica contra las AFP, el TPP 11, la privatización de derechos sociales y recursos naturales?“La calle no pautea la agenda de este gobierno”, dijeron alguna vez. La misma calle a la que, sin embargo, le piden los votos llegado el momento.

Existe una tremenda responsabilidad política en quienes han dejado que las cosas lleguen hasta este extremo, exacerbando los ánimos de la gente con el abandono que han hecho de la ciudadanía y sus derechos sociales en diversos ámbitos. Un grave abandono de deberes al dejar de representar las necesidades de las personas que les dieron, mediante el voto, ese mandato, transformándose en cambio en empleados al servicio de grupos económicos y empresariales financistas de campaña, a quienes luego devuelven el favor votando leyes diseñadas en su beneficio. Y es en este punto donde quiero interpelar, con la autoridad moral que me otorga ser un patipelado decente y digno(como miles y millones de patipelados y patipeladas más de este país), a todos y todas los y las políticos(as) que con sus conductas corruptas han hecho un gran aporte a la generación de esta explosión social, y que siguen incendiando los ánimos de muchos y muchas al continuar aún en el ejercicio público, condenando con un cinismo indignante al evasor del transporte público que gana el sueldo mínimo, o al ladrón de poca monta, pero no tocando, al mismo tiempo, a aquellos evasores y delincuentes de marca mayor que roban a gran escala gracias a leyes en cuyo diseño y aprobación ha existido complicidad política. Los mismos, las mismas, que ahora hablan de la urgente necesidad de lograr acuerdos, apelando a una autoridad y liderazgos absolutamente deslegitimados por sus actos, revestidos de absoluta indecencia ética.

El discurso oficialista se ha centrado exclusivamente, durante todos estos días, en los actos de violencia, saqueos, incendios. Un discurso que busca lograr el cada vez más perdido apoyo ciudadano,apelando a la unidad en torno a una causa común contra un “enemigo poderoso”. Una entidad maligna, escurridiza, inatrapable, que anda suelta y que aparece y desaparece en distintos lugares, de maneras siempre misteriosas, sospechosas. Una bestia negra cuya devastadora ferocidad no puede ser reprimida, a pesar de todo el despliegue militar y de carabineros en las calles. ¿Será la misma que quema camiones en el Sur, cuyas cargas de madera quedan intactas? ¿La misma de los bombazos ecoterroristas de mayo de 2018 en un paradero de micros, la misma del atentado en julio de este año a una comisaria en Huechuraba, de lo cual no se supo más a pesar de todo el impacto mediático que generó en su momento?¿La misma del incendio en el cerro San Cristóbal o de los que arrasaron medio Chile durante el verano del 2017?.“Estamos en guerra”, dijo Piñera, y sacó los militares a la calle. Ya van casi 20 muertos, en circunstancias que resultan dudosas, así como diversos testimonios, videos y denuncias -no cubiertas por los medios tradicionales- refiriendo abusos y vejaciones a hombres y mujeres, bajo el seguro alero de una impunidad garantizada.

Pese a los insistentes esfuerzos del gobierno, a las 24 horas de propaganda televisiva intentando convencernos que lo más importante son los destrozos, lo cierto es que la gente que se ha manifestado de manera transversal en diversas comunas y regiones del país, así como diversos políticos y políticas, entre ellos los presidentes de ambas cámaras del Senado, han señalado que el foco hay que situarlo en el fondo del problema, en la necesidad urgente e impostergable de realizar cambios reales, profundos.Un incendio se apaga apuntando el chorro a su base, no a las llamas más altas. Por ello, pensiones, Salud Pública, acceso al agua, entre muchos temas más, deben ser reformulados de manera estructural junto con la ciudadanía, elaborando nuevas reglas del juego para una nueva Constitución, como primera cosa. Lo que un día algunos impusieron por la fuerza de las armas, hoy las mayorías ciudadanas lo quieren cambiar por la fuerza del sentido común y de la razón. Habrá que ver qué tan dispuesto está el gobierno y los partidos de derecha, fundamentalmente, para dejar de lado su ideología política puesta en función de la doctrina neoliberal, cuya aplicación extrema ha logrado alcanzar niveles de desigualdad social escandalosas y muy nocivas para nuestra sana convivencia como sociedad.  

“Vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”, le comentó acongojada Cecilia Morel a una amiga, en un mensaje filtrado de whastapp que se hizo público y que resulta revelador.Así es, así va a tener que ser, porque la paz social que tanto dicen anhelar no se consigue a palos ni a balazos, sino con mayores niveles de justicia y equidad social, los mismos que está demandando la ciudadanía, tanto en Las Condes como en Pudahuel, tanto en Santiago como en Arica o Punta Arenas, caceroleando durante días sin importar los toques de queda decretados, sin dejarse silenciar o amedrentar por la represión armada desplegada. 
Chile perdió el miedo. Chile despertó. Por fin.