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Greta es un catalizador de lo que se requiere

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Por Patricio Segura Ortiz, periodista.


Ha ocurrido siempre. 

A riesgo de caer en un simplismo pueril, múltiples procesos se han balanceado como péndulo entre quienes quieren cambios drásticos y rápidos, quienes los anhelan profundos y paulatinos, y los que aspiran a mantener el statu quo.  Con todos sus claroscuros intermedios, por cierto.

La tensión fue visible durante la Revolución Francesa entre jacobinos y republicanos, en la Unidad Popular entre socialistas y comunistas, en la reciente discusión sobre la asamblea constituyente en Chile entre quienes querían imponerla y los que buscaban procedimientos políticamente viables como un plebiscito.

En los últimos meses algo de aquello está ocurriendo con el visible liderazgo global de la joven sueca Greta Thunberg y que en el caso de nuestro país es más pertinente aún al ser anfitriones de la COP25 en diciembre próximo.



La capacidad de unión de la muchacha está superando con creces el ámbito propio de sus objetivos declarados: enfrentar la crisis climática interpelando a los  poderosos, a los que toman las decisiones, a la cultura del dinero. Quienes quieren cambios en nuestra forma de habitar con quienes sienten que el tema pasa por transformaciones tecnológicas del tipo electromovilidad, capitalismo verde o andar en bicicleta solo los fines de semana, se unen en las masivas marchas juveniles de la triple F (Fridays for Future).  En nuestro español, viernes por un futuro. O huelga por el clima.

Pero también está uniendo a quienes de otra forma serían imposibles aliados. Los y las que luchan por transformaciones estructurales sociales, económicas, de paradigma, en la figura de Greta Thunberg han encontrado un nicho de complicidad con los y las que quieren conservar el modelo actual, incluso a costa del planeta.  Una verdadera alianza fantástica, en otro contexto impensable.

¿Y qué les une?  La molestia con la figura de la pequeña sueca, por divergentes motivos, pero que se traduce en lo mismo: la crítica a su persona, sus acciones, sus oscuros motivos, sus malignas alianzas.

Un mensaje viral en redes sociales sobre sus supuestos vínculos con el multimillonario húngaro de origen judío George Soros, paladín de la especulación financiera, el libre mercado y el gobierno de las corporaciones globales, ha sido utilizado por simpatizantes de izquierda, derecha y anarquistas, ecologistas rabiosos y extractivistas.  Lo difunden genuinos luchadores por los cambios de fondo junto a quienes temen perder la comodidad que da el capital.  La intención es dar cuenta de las poco honestas intenciones de un movimiento cuya cara visible es Greta Thunberg.  Mal que mal,  el nombre de Soros es convidado recurrente de discusiones donde se critica a la elite global que brega por mantener el vigente orden mundial, que nos tiene no solo en emergencia climática sino social, económica, política, ética. 

El problema de este mensaje es que la imagen es falsa.  La original, difundida por la propia Thunberg, la muestra con el ex vicepresidente de Estados Unidos Al Gore.   Una verdadera e intencional fake news.  ¡Compartida casi 3 mil veces en una semana!

Y claro, la gráfica no es más que una de las paradas de la ofensiva para desacreditar a la chica sueca. Que por su edad y condición de Asperger no está capacitada para asumir liderazgo alguno, que el apoyo de sus padres no es más que un medio para obtener dinero, que es un invento de los medios de comunicación mainstream para obviar discutir los problemas de fondo, que su viaje por el Atlántico en concreto contaminaría más que cruzarlo en avión.  Una serie de mensajes que unen, suena bien decirlo, a moros y cristianos.

Lo cierto es que los más complicados con la ofensiva verde son quienes están anclados a la economía de los combustibles fósiles y los dividendos económicos que esta genera. 

Negacionistas del calentamiento global, que se resisten a declarar estados de emergencia ante la crisis climática actual.  Quienes refugiándose en la proclama de la libertad a todo evento no están dispuestos a modificar sus modos de vida.

Bajo este prisma, los semáforos serían un atentado a su derecho individual al libre tránsito vehicular, aún a riesgo que terminar con dichas restricciones aumenten la tasa de muertes y accidentes.  ¿Ejemplo extremo? Son los mismos que abogan en muchos países por el porte de armas de fuego sin mayores condiciones.  Pasar lista a los think tank, líderes y medios de comunicación que más se hacen eco de las críticas puede ser un buen ejercicio.

Está claro que esto no es un juego.  Poner todas las esperanzas en una niña de 16 años como salvadora del planeta no solo es ingenuo sino además peca de la misma falta de visión que nos tiene donde estamos: los cambios estructurales son tanto personales como colectivos.  El proceso político requiere asumir la propia responsabilidad en impulsar las transformaciones institucionales también, en el barrio, la familia, la escuela, el trabajo, el pueblo o ciudad, la región, el país, el mundo.

Y claro, la lucha climática y socioambiental no partió con Greta Thunberg.  Así como no comenzó con la escasez hídrica actual, con Mina Invierno, HidroAysén  ni Agrosuper. Y donde hay múltiples referentes a nivel nacional e internacional, incluidos muchos hombres y mujeres de pueblos originarios que han dado antes su vida… por la vida.  Eso no se discute.

Pero aún así, Greta (sí, la europea) sigue siendo un catalizador de lo que se requiere, heredera de esas causas, un eslabón en la tarea intergeneracional que no es solo terminar con los gases de efecto invernadero, sino que interpela nuestra forma de habitar y nuestros patrones que reproducen la desigualdad económica y de género, el modelo educativo, la distribución de la riqueza, la jerarquía, el racismo, en un acotado listado.

Si faltan temas y incrédulamente se le exige a ella exponerlos (¡tiene 16 años!), es una oportunidad para hacer el vínculo e instalarlos, pero no para exigir maximalistamente que este proceso contenga la totalidad de los factores que nos trajeron hasta acá.

Porque esa es tarea da cada uno, en el hacer colectivo, no de una adolescente que hace su parte del trabajo que en realidad nos corresponde como humanidad.